miércoles, 4 de noviembre de 2009

El invierno es largo y escaso en eventos, así que se me ha ocurrido repasar algunas de las carreras que mas me han marcado en mi vida. Algunos me habéis dicho que soy demasiado joven para hacer unas memorias, pero no he podido resistirme. Antes de nada, me gustaría decir que voy a tratar acontecimientos que sucedieron hace algunos años, con lo que la memoria no puede ser tan exacta y la redacción tan detallada como cuando trato una carrera que he corrido la semana anterior, espero que, aún así, os gusten las crónicas.

Me gustaría empezar con la carrera de Millau 98 (La Caussenarde), mi primera maratón y mi primera carrera en el extranjero:

Millau es una localidad del centro de Francia a la que jamás se nos hubiera ocurrido ir a correr, pero un cumulo de circunstancias hicieron que nos lo planteáramos y que mi carrera deportiva no volviera a ser la misma.

Para mí la carrera empieza en Torrijos, bonita localidad toledana en la que, aparte de regalarnos una camiseta azul que desteñía cada vez que la metía en la lavadora, rompimos el cárter del 306 de mi padre. En esa época aun no tenía carnet de conducir, por lo que dependía de la solidaridad familiar para poder ir a las carreras, y eso, muchas veces, implicaba programar rocambolescos planes que podían incluir, como en este caso, a amigos de mis padres, para hacer un picnic cerca de la carrera en cuestión. Recuerdo que íbamos por un camino cercano a un río cuando, en un bache sin demasiada importancia, golpeamos con la parte delantera del coche rompiendo el cárter. No sé que puesto hice en aquella carrera (tendría que mirarlo en mis agendas) pero ese pequeño accidente nos hizo quedarnos a todos con mal sabor de boca.

En aquella época la policía de Madrid llevaba coches Peugeot 306, y por lo visto la demanda de cárters de este modelo había sobrepasado las capacidades de abastecimiento de los fabricantes, solución: irnos a Francia a buscar uno.

Por otro lado, uno de los mejores amigos de mi padre nos había hablado de la carrera de Millau, 100 km de puro mountain bike en un recorrido circular. Yo empezaba a estar cansado de dar vueltas a los circuitos y me apetecía disfrutar de la competición de otra manera.

Tras comprobar que la carrera era el domingo después de mis exámenes de junio, no dudamos en que sería una magnifica forma de terminar el curso y nos apuntamos. Recuerdo perfectamente que nos sorprendió lo cara que era la inscripción, unas 5.000 ptas.

Mi amigo Hector Hernandez ya había dejado de correr hacía algunas semanas y estaba empezando con el atletismo, pero conseguí convencerle para una aventura más en mtb. Así que, según salí de mi último examen de 3º de BUP (de física si no recuerdo mal), nos montamos en un coche prestado por unos amigos, un mítico (al menos para nosotros desde aquel viaje) Rover 200, con maletero en el que metimos 3 bicicletas, no sé ni como; y nos dirigimos hacia el centro de Francia con toda la ilusión del mundo.

Al llegar a la zona de la carrera nos encontramos con un montaje impresionante, con un comedor en el que podíamos desayunar, miles de ciclistas por todos lados, mucho público, etc.; algo a lo que no estábamos acostumbrados.

Ese año corría para la tienda World Bike, y tenía un maillot con unos bolsillos enormes, que al cargarlos se estiraban hasta casi tocar con la rueda trasera, así que los llenamos a tope y confiamos en los avituallamientos para evitar el sobrepeso de una mochila.

La salida por el pueblo iba lanzada y Hector me decía (habíamos acordado ir juntos el máximo tiempo posible) que nos lo tomáramos con calma que aquello era una locura y se nos haría largo. Yo estaba en buena forma y llevaba un dorsal en el manillar, mi idea de tomármelo con calma era darlo todo y cuando no pudiera mas, echar el resto.

Iba comodísimo, recuperando puestos que habíamos perdido en la salida multitudinaria, adelantando franceses sin contemplaciones. Hector no estaba en su mejor momento, pero se estaba comportando como un jabato, yo iba como un avión (de 16 años, eso sí).

Entre mis aficiones de aquella época estaba el devorar libros de entrenamiento y nutrición, había leído bastante sobre la importancia de una buena hidratación y alimentación en el ejercicio prolongado e iba especialmente mentalizado en este aspecto para esta prueba. Recuerdo tener que insistir a Hector para que comiera desde la primera hora, a lo que él respondía que no tenía hambre, aún así me hacía caso.

Hector y yo “vivíamos” en el Pardo, caracterizado por senderos en los que era importante una buena trazada. Siempre comentábamos el valor añadido que nos daba eso en las carreras, ya que ganábamos bastantes puestos en las bajadas. En un tramo de sendero precioso en un bosque que apenas dejaba pasar la luz pasado el primer tercio de carrera, mientras adelantábamos corredores que nos doblaban en edad, experiencia y fuerza, nos encontramos a mi padre haciendo fotos; en esa época, como he dicho, siempre me acompañaba a las carreras y estaba acostumbrado a verle al borde del circuito mientras pasaba una y otra vez, pero ahí me di cuenta de lo especial de este evento y me hizo especial alegría. Al poco de pasarle, nos encontramos un aviso de la organización para que desmontáramos, ya que había un escalón difícilmente superable montado.

Al poco iniciamos una subida por sendero serpenteante espectacular, iba más fuerte que la gente de nuestro alrededor, pero no podíamos adelantar dada la falta de espacio, así que me dedico a guardar energías, algo que Hector agradece enormemente porque empezaba a notar el ritmo y los kilómetros. Al coronar nos dicen que vamos el 35 y 36, lo cual ni nos creemos ya que habían salido unos 1.000 corredores, pero supone una inyección de moral para los dos, en especial para Hector que empieza a ir “tostado” cuando superamos el ecuador de la prueba.

Insisto en que hay que comer, cosa que hacemos cuando quedan un par de km para uno de los avituallamientos, así podemos perder el menor tiempo allí ya que solo tenemos que recargar nuestros enormes bolsillos. Al poco, la EDR Furia de Hector sufre su más grave y, probablemente, última avería, marcando nuestra carrera irremediablemente.

Cuando nos paramos a ver las consecuencias, vemos la patilla del cambio retorcida y el cambio partido, lo que nos deja fuera de carrera sin lugar a dudas.

Andamos hasta el avituallamiento y nos dicen que pueden arreglarlo, algo que nos sorprende, pero no nos queda más opción que creerlo. En ese momento tenemos que decidir y Hector me insiste en que me vaya yo solo mientras le arreglan su bici y que ya terminará él por su cuenta, o se volverá con el coche escoba.Dudo unos instantes, pero, al verle convencido, decido reemprender la marcha y tratar de asegurar el puesto por los dos.

En este punto aprendo de la forma más dura posible lo importante que es la orientación en las carreras maratón. Sucedió que llevábamos varios km siguiendo un GR con unas marcas bastante características y, justo en este punto, el GR iba por un lado y la carrera por otro, pero al salir del avituallamiento la primera marca que vi fue la del Gran Recorrido y por ahí fue por donde seguí.

Inicié un descenso rápido donde me encontré a unos cuantos ciclistas igual de despistados que yo, les sobrepasé y al poco llegué a una zona donde el sendero se cerraba, las marcas no eran tan claras y me encontré con una finca cerrada: estaba perdido.

La primera sensación fue de desesperación por perder el puesto, pero pronto me di cuenta de que las prioridades habían cambiado y que la carrera pasaba a un segundo plano, lo importante era reencontrarme. Llevaba muchos km sin ver a nadie y me resultaba imposible retroceder, así que, en cuanto alcancé una carretera, decidí seguirla siguiendo mi intuición de donde podría encontrarse Millau.

El cuentakilómetros marcaba mas de 80km desde la salida cuando llego a una zona militarizada, ya no sólo temo por estar perdido, empiezo a temer por mi integridad, aún así no veo a nadie.

90km, sin nada más que comer y con poca agua y ni rastro de humanidad, las dudas sobre la dirección tomada me asaltan constantemente hasta que llego a un cruce y veo un cartel en el que indicaba que Millau estaba a 10km. Un rato después ya veía la ciudad y poco después estaba llegando a la meta destrozado física y anímicamente.

Mi padre estaba extrañado por que tardaba demasiado, aún así, no creo ni que hubieran llegado los 100 primeros. Para colmo, al no haber pasado el último control, recibo el diploma del recorrido corto. La espera hasta la llegada de Hector no es mucho mejor, y mi preocupación aumenta. Por fin llega sin poder hablar y con su diploma de los 100km de la Caussenarde en la mano, había terminado su última carrera en mtb.

La alegría por volver a ver a mi amigo sano y salvo no podía compensarme la insatisfacción personal de no haber terminado como él (o con él mejor), es precisamente por eso por lo que he elegido hacer una crónica de esta carrera en el blog, esa sensación me llevó a correr muchas más maratones, donde la satisfacción por los resultados se combina con la alegría por terminar, ya que, incluso cuando se gana, se atraviesan momentos de esos que reconocemos como “pero qué hago yo aquí?”.

Como anécdota, tengo que decir que mientras reponíamos fuerzas oímos por megafonía nuestros nombres, ya que nos habían otorgado el premio a los participantes más lejanos, subimos al pódium y el locutor nos empezó a entrevistar, en francés, por supuesto; por suerte que yo en aquella época me defendía.

Por cierto, me prometí volver a disputar…